En medio de la
normalidad que creímos que estábamos viviendo, aparece un anormal virus que se
asienta en nuestras vidas. Se presenta sin aviso ni cita previa y todo lo que
creíamos ya organizado, ajustado y
estructurado, sin más arma que su propio material genético, lo desorganiza,
desajusta y desestructura. No ha necesitado ejércitos, tanques, bombas ni
dinero. Solo diseminándose en las
células humanas se ha hecho poderoso
iniciando una guerra invisible pero despiadadamente evidente.
Paradójicamente se muestra de forma
engañosa tras los principios universales reconocidos como derechos básicos
inherentes a todos los seres humanos. Se erige
demócrata en la elección de sus enemigos. No excluye a nadie. Todos los humanos
le son útiles para su guerra. No discrimina. Acepta a todos, sin distinción de
raza, nacionalidad, sexo, condición religiosa, lengua ó clase social. Es
solidario, aplicando su justicia distributiva para todos por igual y para más
inri se manifiesta coherente e integrador.
Sin embargo delata su irrespetuosa
crueldad sin pedir consentimiento para su intervención, coartando la libertad y
autonomía, dejando a su paso dependencias y sometimientos a su ley de contagio.
Ha roto la estructura social, obligando a rearmar los pilares del estado de
bienestar confinándonos a todos en nuestras casas.
Ha sido preciso poner en primera línea de
trabajo y atención contra esta pandemia
además de los imprescindibles servicios sanitarios a los servicios sociales,
obligando a estos a transformar su praxis, pasando de lo presencial a la
distancia, de la escucha activa de la entrevista a la telefónica personalizada. La presencia
pasa el testigo a la ausencia y a la atención
en la distancia.
Es evidente el cambio de paradigma en
la intervención de los servicios sociales. Ahora la tecnología es
imprescindible haciendo un giro hacia formas alternativas en la dinámica
de la acción social con nuevos
instrumentos en nuestro vademécum social.
Se hace necesario ahora más que nunca
eliminar la burocracia, simplificar protocolos y procedimientos, valorar
demandas desde la distancia y el confinamiento, asignar recursos de manera equitativa sin que nos recuerden épocas de beneficencia obsoletas,
priorizar prestaciones económicas ya vigentes ó implementando trasferencias económicas
urgentes que no supongan
estigmatizaciones innecesarias.
No se necesita hacer
reconceptualizaciones porque este virus
no ha contagiado la esencia del trabajo social pero si ha cambiado su praxis.
Ha sido necesario innovar su práctica y flexibilizar la rigidez de la
burocracia.
Sin las nuevas tecnologías y usos de
redes sociales, el sistema de ayuda que desde los servicios sociales es
esencial hacer, actualmente sería mucho más dificultoso. A través de ellas el
trabajo social hace visible lo invisible, se aproxima a la lejanía, escucha,
visibiliza emociones, permite a los silencios
hablar y a los confinamientos psicológicos no callar.
Es imprescindible por ello el uso de
una tecnología humanizada, que se acerque al aislamiento de las personas
vulnerables, proteja, evite exclusiones, mayores aislamientos que los obligados
y fortalezca las redes de apoyo. En
definitiva que ponga en marcha como servicio
esencial que somos la fábrica de la responsabilidad ética a través de la
maquinaria de la humanización activando acciones coordinadas con criterios
éticos de urgente utilidad y eficacia.
PD: Quiero añadir a
esta reflexión personal el documento de referencia de la Comisión deontológica
del Consejo General de Trabajo Social, que considero básico en nuestro
vademécum social actual. Etica y Deontologia del Trabajo Social ante el estado de alarma sanitaria COVID-19
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