sábado, 7 de diciembre de 2013

En nuestro país ha aparcado el estado del malestar y cual dependiente con necesidad de ayuda, se le ha reservado plaza de garaje preferente con su distintivo diferenciador bien a la vista para que nadie se equivoque en su búsqueda. Sin más apoyo que su propia voluntad y empuje, el discapacitado estado camina con sus ciudadanos hacia los cada vez más diezmados servicios sociales públicos.
          Inician su aventura en  la rueda de solicitudes de prestaciones de emergencia encontrándose con l@s trabajadores/as sociales que acogen su malestar y vergüenza al demandar la ayuda: “si tuviera un trabajo nunca hubiera venido aquí”, “jamás me había encontrado así”, “si pago el alquiler, no como”,  dicen muchos de los solicitantes. “Necesito comer, no quiero volver a robar para hacerlo”, expresan otros.
          Cuando desde un servicio público se tramitan prestaciones económicas se requieren justificaciones de las necesidades  y si un ciudadano se acerca al mismo con la carencia más esencial como es la comida, comienza a rodar por una maquinaria del malestares derivados de la dificultad de  justificar el hambre sobrevenida de los recortes económicos que les impiden comer. En muchos casos, los usuarios tienen que demostrar que han agotado la comida entregada  por las diferentes ONGs en forma de alimentos no perecederos y l@s trabajadores/as sociales  de los servicios sociales públicos informar en base al derecho subjetivo, básico, esencial y necesario que acoge a toda persona  de comer todos los días y no solo cuando se inician campañas de solidaridad y reparto de alimentos.
          El informe del "malestar social" rueda desde los centros de acción social básicos hacia las oficinas administrativas de “bienestar social” donde dictámenes técnicos han de ratificar las necesidades demandadas. Cuando éstas se cuantifican económicamente algunos técnicos encargados de hacerlo  y cuidando "en exceso" que los dineros públicos destinados a ayudas de alimentación se usen adecuadamente, demandan información “objetiva complementaria”,con especificación de alimentos recibidos por otros organismos,  cantidades, número de lotes y cuantificación económica. 
     En este punto, el malestar no solo se acrecienta  en el usuario que demanda la ayuda, sino también en el profesional  que lo acogió y justificó su valoración en el derecho que toda persona tiene de alimentarse diariamente y hacerlo de forma adecuada (también de alimentos frescos, como carne y pescado, que no se acostumbran a incluir en los famosos lotes).  
      Inflada de esta forma la rueda del malestar, ¿cómo evitar que explote?


  El estado del malestar social es consecuencia de un estilo de actuar y l@s profesionales de los servicios sociales públicos no deberían quedar nunca en evidencia con acciones de burócrata gris pidiendo justificar lo injustificable y convirtiéndose en defensores de la arbitrariedad y la humillación.
El usuario al que se le ha puesto tanto requisito, se puede ir sin la prestación pero como los acampados del 15M hicieron al dejar las plazas públicas, colgará su pancarta diciéndonos “me voy de aquí sin la ayuda, pero me quedo en vuestras conciencias”.



PD: Cualquier parecido con la realidad de los hechos descritos no es pura coincidencia.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

En esta época de ajustes económicos que estamos viviendo también la información sufre sus recortes convirtiéndose en paradigma de omisiones, silencios y desinformaciones.
          La información es el recurso más valioso del que disponen los profesionales de la acción social en el ejercicio de su trabajo diario. En el trabajo social se convierte en el más importante eslabón de su cadena de instrumentos para dar cobertura a sus actividades profesionales
          Según el I Informe de los Servicios Sociales de España(ver) el mayor volumen de expedientes y solicitudes sociales se realizan  precisamente en el servicio de información. La primera relación entre el profesional del trabajo social y los usuarios se inicia desde la demanda de información de prestaciones, servicios, recursos y derechos que den cobijo  a las necesidades sociales. Es desde  este servicio de información y orientación desde donde se percibe la mayor sobrecarga de trabajo y consecuentemente desde donde los y las trabajadoras sociales tenemos nuestro mayor reto y fortaleza para hacernos visibles  y  hacer a su vez visibles las necesidades ocultas y los recursos destruidos.
Los usuarios de los servicios sociales públicos manifiestan reticencias y se inhiben en muchos casos de demandar  las ayudas públicas que necesitan al prever que no las van a conseguir. Sus inhibiciones facilitan las justificaciones en los recortes y es así como se configura una  rueda de la demanda no  realizada, necesidad no respondida y  profesionales de valoraciones no requeridos.
El proyecto de ley de racionalización y sostenibilidad de la administración local aprobado el pasado día 4 de noviembre, deja patente esta desaparición y presencia profesional en los servicios sociales básicos al reducirlos a lo que se considera el  “mínimo esencial” . con la única función de informar de situaciones de necesidad social y la atención inmediata a personas en riesgo de exclusión” (ver) . Y todo ello para “garantizar un control financiero y presupuestario riguroso y favorecer la iniciativa económica privada”, según se explica en la exposición de motivos del referido proyecto.
La información que los/las  trabajadores y trabajadoras  sociales realizamos es inherente a nuestra acción y ni está ni debe estar sujeta a financiaciones. Adquiere  su mayor poder no sometiéndola  a recortes de palabras, a preguntas no respondidas, derechos no reconocidos  y prestaciones no tramitadas.
La información que realizamos desde nuestro trabajo  proporciona formación y aquí radica su poder,  porque trasforma lo desconocido en conocido, lo denegado en concedido, lo ocultado en explicado y la ignorancia en sabiduría.
El poder de nuestra información radica además, en la  ruptura de círculos de silencios, evidenciando ineficacias políticas, administrativas y dejaciones profesionales cómplices con la desaparición de estructuras sociales. Y sobre todo, se fortalece con el poder de la reivindicación de derechos adquiridos que hemos de dar a  los usuarios que cada día se acercan a nuestro trabajo llenos de necesidades, miedos, recelos y desconfianzas. Se hace aun más poderosa cuanto más responsable se ejerce, evitando así ser esclavos de nuestros silencios y cómplices de  rupturas e inacciones sociales.

viernes, 9 de agosto de 2013


Hoy este vademécum ha recibido otra “vitamina social” con una nueva  aportación de Benita Ferro Viñas, que bajo el titulo de “Cirugía estética para el combatir el efecto Frankestein “, nos adentra en el mundo de la coordinación en trabajo social.

Su reflexión me ha llevado a esas mesas de reuniones  a las que a menudo nos convocan a los trabajadores sociales y otros profesionales de la acción social y no he podido por menos que identificar las tomas  fotográficas que nos vislumbra mostrando resistencias a los cambios, intereses contrapuestos, luchas de poderes e intrusismos institucionales que provocan valoraciones distorsionadas y el efecto Frankestein que se refleja en la imagen  final de estas baldías reuniones y que como bien refiere Benita no es otra cosa que “la visualización de una práctica tras los biombos institucionales burocráticos”. Sin compartir  lenguaje, objetivos y fundamentos metodológicos y éticos, nos convertimos en ese conjunto mal articulado de elementos muertos que ideó el doctor Frankestein.

Las prescripciones que Benita nos aporta en este post son el mejor antídoto para combatir este efecto de reuniones muertas y acciones zombis como las que realizaba el monstruo una vez levantado de la  mesa de operaciones de su doctor inventor.

De nuevo gracias Benita por tu interesante y enriquecedora participación. Creo que una vez más “das con el dedo en la llaga” y lo más importante es que acompañas tu toque con “prácticas curativas y preventivas”.
  


Cirugía estética para combatir el efecto Frankenstein por Benita Ferro Viñas

En una de las jornadas sobre trabajo social y salud a las que acudí hace algún tiempo, una de las ponentes comenzó su exposición con una transparencia (todavía no estábamos en la era power point) en la que reconocía que la coordinación en trabajo social era sinónimo de desesperación. Este contraste de términos en un primer momento me resultó paradójico, y pensé, “estrategia de docente para captar la atención de un aforo en proceso digestivo”. Pero pasado el tiempo, tuve que rectificar mi hipótesis anterior, viciada posiblemente por la inexperiencia e ingenuidad de una recién diplomada;  la contextualización de las reuniones de coordinación con otros profesionales de diversa índole en mi práctica cotidiana adolecían de una denominación común aplicable a todas ellas, porque me resultaba difícil caracterizar en pocas palabras la desesperación que transformó la paradoja en una realidad cotidiana. Es complejo justificar que la  coordinación en muchas ocasiones surgía de la improvisación, de un interés reduccionista que fundamentaba la valoraciones profesionales marcadas por la prisa e insana inmediatez, que en ella se visualizaban las resistencias a los cambios, las inseguridades profesionales, los intereses contrapuestos, las luchas de poder y las valoraciones profesionales distorsionadas por intereses institucionales que poco tenían en común con los principios básicos de la disciplina de trabajo social, y casi nada con las funciones de coordinación en la intervención social.

En mi reflexión personal, entendí que me estaba ubicando en el encuadre estético de la coordinación, en la dimensión cualitativa de sensaciones y emociones. Inmersa en este universo de sensibilidades ahonde en la obra de  Amelia Valcárcel  titulada “Ética contra estética”, que guió  mi reflexión personal; en ella expone el aforismo de Wittgenstein  afirmando  “que la ética y la estética son la misma cosa”. Yo creo que en la práctica del trabajo social, y en la función de coordinación en concreto, adquieren matices diferenciadores, pero que nos llevan por senderos paralelos. Ambas se caracterizan por un fundamento intersubjetivo, en el que el universo emocional adquiere especial protagonismo, marcado por el compromiso y la responsabilidad social que fundamenta la identidad del profesional.  Ante este cúmulo de circunstancias relegadas a mi universo sensible, ha sido la curiosidad y la casualidad las que me han guiado, y por fin encontré en un artículo de revista la ansiada denominación, el efecto Frankenstein.[1] 


Se trata de un símil en el que se ejemplifica que el tiempo invertido en las reuniones de los técnicos implicados en la  coordinación no garantiza un resultado final acorde con los principios del trabajo social, es decir, que juntar profesionales para trabajar en grupo los casos objeto de intervención social es insuficiente si no se aúnan una serie de fundamentos organizativos, metodológicos  y éticos que sustenten la coordinación como función. Puede resultar obvio este fundamento de lo que a veces se valora como imprescindible para denominarse coordinación técnica, pero me permito plantear el siguiente silogismo “¿no es lo imprescindible y obvio, de lo que se prescinde en muchas reuniones de coordinación?”.

      No puedo discutir lo aberrante de la denominación de este efecto, asociada con un ser monstruoso, compuesto de elementos anatómicos estridentes carentes de coherencia psicomotriz, y distante de la equidad estética que permita atisbar un ápice de armonía visual. Es evidente que estoy ejemplificando una metáfora de lo amorfa que puede resultar la estética de la coordinación sin un fundamento que aporte calidad, sensibilidad, y calidez a la experiencia vivida, pero posiblemente estoy visibilizando una práctica oculta tras los biombos institucionales burocráticos.

En nuestro quehacer profesional existen unos hábitos  que pueden acabar distorsionando esta función,  por lo que la cirugía ética y estética a aplicar tendría que guiarse por las siguientes prescripciones en estos casos:

1-Incluir en la anestesia local a utilizar una dosis de reflexión crítica sobre el sistema actual de servicios sociales, cuestionando las prácticas que implícitamente conllevan funciones que distorsionan  estéticamente  la intervención social.
2-Durante la intervención quirúrgica extirpar las prácticas de coordinación que denotan funciones reactivas e implantar una dosis de proactividad .
3-Administrar en el postoperatorio un inyectable potenciador de los principios básicos del empowerment, que fundamente estrategias de intervención grupales para legitimar y mejorar la consecución de objetivos comunes en las reuniones de coordinación.
4-Recuperar con la rehabilitación prescrita el concepto de tiempo con sentido al que alude Estalayo en su artículo, fundamentado en los principios de la profesión, respetando los distintos tiempos en los que se contextualiza la intervención social ( con los usuarios, con los compañeros, con el sistema cultural predominante).
5-Seguir un tratamiento estético continuado con principios activos  que fundamenten el   hecho de que la complementariedad de saberes en un grupo de trabajo y sus sesiones de coordinación es portador de un sabor enriquecido  estéticamente, que potencia el gusto por construir conjuntamente itinerarios de acción.

Para terminar quería destacar que las reflexiones sobre la  estética en el trabajo social están relegadas a un papel de actor secundario por la profesión; Alberto Carreras en un artículo sobre el tema la denomina la cenicienta estética (entiendo que comparativamente con la ética), que aflora de su invisibilidad con esta aportación, y de la que espero suscitar comentarios para el debate y reflexión.









[1] Es un calificativo que recoge Luis Manuel Estalayo Martín en su artículo ¿Qué sentido tiene el tiempo en el trabajo social? de la revista Trabajo Social Hoy, Nº 50.
 

MAREA NARANJA

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