viernes, 9 de agosto de 2013


Hoy este vademécum ha recibido otra “vitamina social” con una nueva  aportación de Benita Ferro Viñas, que bajo el titulo de “Cirugía estética para el combatir el efecto Frankestein “, nos adentra en el mundo de la coordinación en trabajo social.

Su reflexión me ha llevado a esas mesas de reuniones  a las que a menudo nos convocan a los trabajadores sociales y otros profesionales de la acción social y no he podido por menos que identificar las tomas  fotográficas que nos vislumbra mostrando resistencias a los cambios, intereses contrapuestos, luchas de poderes e intrusismos institucionales que provocan valoraciones distorsionadas y el efecto Frankestein que se refleja en la imagen  final de estas baldías reuniones y que como bien refiere Benita no es otra cosa que “la visualización de una práctica tras los biombos institucionales burocráticos”. Sin compartir  lenguaje, objetivos y fundamentos metodológicos y éticos, nos convertimos en ese conjunto mal articulado de elementos muertos que ideó el doctor Frankestein.

Las prescripciones que Benita nos aporta en este post son el mejor antídoto para combatir este efecto de reuniones muertas y acciones zombis como las que realizaba el monstruo una vez levantado de la  mesa de operaciones de su doctor inventor.

De nuevo gracias Benita por tu interesante y enriquecedora participación. Creo que una vez más “das con el dedo en la llaga” y lo más importante es que acompañas tu toque con “prácticas curativas y preventivas”.
  


Cirugía estética para combatir el efecto Frankenstein por Benita Ferro Viñas

En una de las jornadas sobre trabajo social y salud a las que acudí hace algún tiempo, una de las ponentes comenzó su exposición con una transparencia (todavía no estábamos en la era power point) en la que reconocía que la coordinación en trabajo social era sinónimo de desesperación. Este contraste de términos en un primer momento me resultó paradójico, y pensé, “estrategia de docente para captar la atención de un aforo en proceso digestivo”. Pero pasado el tiempo, tuve que rectificar mi hipótesis anterior, viciada posiblemente por la inexperiencia e ingenuidad de una recién diplomada;  la contextualización de las reuniones de coordinación con otros profesionales de diversa índole en mi práctica cotidiana adolecían de una denominación común aplicable a todas ellas, porque me resultaba difícil caracterizar en pocas palabras la desesperación que transformó la paradoja en una realidad cotidiana. Es complejo justificar que la  coordinación en muchas ocasiones surgía de la improvisación, de un interés reduccionista que fundamentaba la valoraciones profesionales marcadas por la prisa e insana inmediatez, que en ella se visualizaban las resistencias a los cambios, las inseguridades profesionales, los intereses contrapuestos, las luchas de poder y las valoraciones profesionales distorsionadas por intereses institucionales que poco tenían en común con los principios básicos de la disciplina de trabajo social, y casi nada con las funciones de coordinación en la intervención social.

En mi reflexión personal, entendí que me estaba ubicando en el encuadre estético de la coordinación, en la dimensión cualitativa de sensaciones y emociones. Inmersa en este universo de sensibilidades ahonde en la obra de  Amelia Valcárcel  titulada “Ética contra estética”, que guió  mi reflexión personal; en ella expone el aforismo de Wittgenstein  afirmando  “que la ética y la estética son la misma cosa”. Yo creo que en la práctica del trabajo social, y en la función de coordinación en concreto, adquieren matices diferenciadores, pero que nos llevan por senderos paralelos. Ambas se caracterizan por un fundamento intersubjetivo, en el que el universo emocional adquiere especial protagonismo, marcado por el compromiso y la responsabilidad social que fundamenta la identidad del profesional.  Ante este cúmulo de circunstancias relegadas a mi universo sensible, ha sido la curiosidad y la casualidad las que me han guiado, y por fin encontré en un artículo de revista la ansiada denominación, el efecto Frankenstein.[1] 


Se trata de un símil en el que se ejemplifica que el tiempo invertido en las reuniones de los técnicos implicados en la  coordinación no garantiza un resultado final acorde con los principios del trabajo social, es decir, que juntar profesionales para trabajar en grupo los casos objeto de intervención social es insuficiente si no se aúnan una serie de fundamentos organizativos, metodológicos  y éticos que sustenten la coordinación como función. Puede resultar obvio este fundamento de lo que a veces se valora como imprescindible para denominarse coordinación técnica, pero me permito plantear el siguiente silogismo “¿no es lo imprescindible y obvio, de lo que se prescinde en muchas reuniones de coordinación?”.

      No puedo discutir lo aberrante de la denominación de este efecto, asociada con un ser monstruoso, compuesto de elementos anatómicos estridentes carentes de coherencia psicomotriz, y distante de la equidad estética que permita atisbar un ápice de armonía visual. Es evidente que estoy ejemplificando una metáfora de lo amorfa que puede resultar la estética de la coordinación sin un fundamento que aporte calidad, sensibilidad, y calidez a la experiencia vivida, pero posiblemente estoy visibilizando una práctica oculta tras los biombos institucionales burocráticos.

En nuestro quehacer profesional existen unos hábitos  que pueden acabar distorsionando esta función,  por lo que la cirugía ética y estética a aplicar tendría que guiarse por las siguientes prescripciones en estos casos:

1-Incluir en la anestesia local a utilizar una dosis de reflexión crítica sobre el sistema actual de servicios sociales, cuestionando las prácticas que implícitamente conllevan funciones que distorsionan  estéticamente  la intervención social.
2-Durante la intervención quirúrgica extirpar las prácticas de coordinación que denotan funciones reactivas e implantar una dosis de proactividad .
3-Administrar en el postoperatorio un inyectable potenciador de los principios básicos del empowerment, que fundamente estrategias de intervención grupales para legitimar y mejorar la consecución de objetivos comunes en las reuniones de coordinación.
4-Recuperar con la rehabilitación prescrita el concepto de tiempo con sentido al que alude Estalayo en su artículo, fundamentado en los principios de la profesión, respetando los distintos tiempos en los que se contextualiza la intervención social ( con los usuarios, con los compañeros, con el sistema cultural predominante).
5-Seguir un tratamiento estético continuado con principios activos  que fundamenten el   hecho de que la complementariedad de saberes en un grupo de trabajo y sus sesiones de coordinación es portador de un sabor enriquecido  estéticamente, que potencia el gusto por construir conjuntamente itinerarios de acción.

Para terminar quería destacar que las reflexiones sobre la  estética en el trabajo social están relegadas a un papel de actor secundario por la profesión; Alberto Carreras en un artículo sobre el tema la denomina la cenicienta estética (entiendo que comparativamente con la ética), que aflora de su invisibilidad con esta aportación, y de la que espero suscitar comentarios para el debate y reflexión.









[1] Es un calificativo que recoge Luis Manuel Estalayo Martín en su artículo ¿Qué sentido tiene el tiempo en el trabajo social? de la revista Trabajo Social Hoy, Nº 50.
 

MAREA NARANJA

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