Hoy este vademécum ha recibido otra “vitamina social”
con una nueva aportación de Benita Ferro
Viñas, que bajo el titulo de “Cirugía estética para el combatir el efecto
Frankestein “, nos adentra en el mundo de la coordinación en trabajo
social.
Su reflexión me ha llevado a esas mesas de reuniones a las que a menudo nos convocan a los trabajadores sociales y otros
profesionales de la acción social y no
he podido por menos que identificar las tomas
fotográficas que nos vislumbra mostrando resistencias a los cambios,
intereses contrapuestos, luchas de poderes e intrusismos institucionales que
provocan valoraciones distorsionadas y el efecto Frankestein que se refleja en la
imagen final de estas baldías reuniones
y que como bien refiere Benita no es otra cosa que “la visualización de una práctica tras los biombos institucionales
burocráticos”. Sin compartir
lenguaje, objetivos y fundamentos metodológicos y éticos, nos convertimos en
ese conjunto mal articulado de elementos muertos que ideó el doctor Frankestein.
Las prescripciones que Benita nos aporta en este
post son el mejor antídoto para combatir este efecto de reuniones muertas y
acciones zombis como las que realizaba el monstruo una vez levantado de la mesa de operaciones de su doctor inventor.
De nuevo gracias Benita por tu interesante y
enriquecedora participación. Creo que una vez más “das con el dedo en la llaga”
y lo más importante es que acompañas tu toque con “prácticas curativas y
preventivas”.
Cirugía estética para combatir el efecto Frankenstein por Benita
Ferro Viñas
En
una de las jornadas sobre trabajo social y salud a las que acudí hace algún tiempo,
una de las ponentes comenzó su exposición con una transparencia (todavía no
estábamos en la era power point) en la que reconocía que la coordinación en
trabajo social era sinónimo de desesperación. Este contraste de términos en un
primer momento me resultó paradójico, y pensé, “estrategia de docente para captar la atención de un aforo en proceso
digestivo”. Pero pasado el tiempo, tuve que rectificar mi hipótesis
anterior, viciada posiblemente por la inexperiencia e ingenuidad de una recién
diplomada; la contextualización de las
reuniones de coordinación con otros profesionales de diversa índole en mi práctica
cotidiana adolecían de una denominación común aplicable a todas ellas, porque
me resultaba difícil caracterizar en pocas palabras la desesperación que transformó
la paradoja en una realidad cotidiana. Es
complejo justificar que la coordinación
en muchas ocasiones surgía de la improvisación, de un interés reduccionista que
fundamentaba la valoraciones profesionales marcadas por la prisa e insana
inmediatez, que en ella se visualizaban las resistencias a los cambios, las
inseguridades profesionales, los intereses contrapuestos, las luchas de poder y
las valoraciones profesionales distorsionadas por intereses institucionales que
poco tenían en común con los principios básicos de la disciplina de trabajo
social, y casi nada con las funciones de coordinación en la intervención social.
En
mi reflexión personal, entendí que me estaba ubicando en el encuadre estético
de la coordinación, en la dimensión cualitativa de sensaciones y emociones. Inmersa
en este universo de sensibilidades ahonde en la obra de Amelia Valcárcel titulada “Ética
contra estética”, que guió mi
reflexión personal; en ella expone el aforismo de Wittgenstein afirmando “que la
ética y la estética son la misma cosa”. Yo creo que en la práctica del
trabajo social, y en la función de coordinación en concreto, adquieren matices
diferenciadores, pero que nos llevan por senderos paralelos. Ambas se
caracterizan por un fundamento intersubjetivo, en el que el universo emocional
adquiere especial protagonismo, marcado por el compromiso y la responsabilidad
social que fundamenta la identidad del profesional. Ante este cúmulo de circunstancias
relegadas a mi universo sensible, ha sido la curiosidad y la casualidad las que
me han guiado, y por fin encontré en un artículo de revista la ansiada denominación,
el efecto Frankenstein.[1]
Se trata de un símil en el que se ejemplifica que el tiempo invertido en las reuniones de los técnicos implicados en la coordinación no garantiza un resultado final acorde con los principios del trabajo social, es decir, que juntar profesionales para trabajar en grupo los casos objeto de intervención social es insuficiente si no se aúnan una serie de fundamentos organizativos, metodológicos y éticos que sustenten la coordinación como función. Puede resultar obvio este fundamento de lo que a veces se valora como imprescindible para denominarse coordinación técnica, pero me permito plantear el siguiente silogismo “¿no es lo imprescindible y obvio, de lo que se prescinde en muchas reuniones de coordinación?”.
Se trata de un símil en el que se ejemplifica que el tiempo invertido en las reuniones de los técnicos implicados en la coordinación no garantiza un resultado final acorde con los principios del trabajo social, es decir, que juntar profesionales para trabajar en grupo los casos objeto de intervención social es insuficiente si no se aúnan una serie de fundamentos organizativos, metodológicos y éticos que sustenten la coordinación como función. Puede resultar obvio este fundamento de lo que a veces se valora como imprescindible para denominarse coordinación técnica, pero me permito plantear el siguiente silogismo “¿no es lo imprescindible y obvio, de lo que se prescinde en muchas reuniones de coordinación?”.
No
puedo discutir lo aberrante de la denominación de este efecto, asociada con un ser monstruoso, compuesto de elementos
anatómicos estridentes carentes de coherencia psicomotriz, y distante de la
equidad estética que permita atisbar un ápice de armonía visual. Es evidente
que estoy ejemplificando una metáfora de lo amorfa que puede resultar la
estética de la coordinación sin un fundamento que aporte calidad, sensibilidad,
y calidez a la experiencia vivida, pero posiblemente estoy visibilizando una práctica oculta tras los biombos
institucionales burocráticos.
En
nuestro quehacer profesional existen unos hábitos que pueden acabar distorsionando esta función,
por lo que la cirugía ética y estética a
aplicar tendría que guiarse por las siguientes prescripciones en estos casos:
1-Incluir
en la anestesia local a utilizar una dosis de reflexión crítica sobre el
sistema actual de servicios sociales, cuestionando las prácticas que
implícitamente conllevan funciones que distorsionan estéticamente
la intervención social.
2-Durante
la intervención quirúrgica extirpar las prácticas de coordinación que denotan
funciones reactivas e implantar una dosis de proactividad .
3-Administrar
en el postoperatorio un inyectable potenciador de los principios básicos del empowerment, que fundamente estrategias
de intervención grupales para legitimar y mejorar la consecución de objetivos
comunes en las reuniones de coordinación.
4-Recuperar
con la rehabilitación prescrita el concepto de tiempo con sentido al que alude Estalayo
en su artículo, fundamentado en los principios de la profesión, respetando los distintos
tiempos en los que se contextualiza la intervención social ( con los usuarios,
con los compañeros, con el sistema cultural predominante).
5-Seguir
un tratamiento estético continuado con principios activos que fundamenten el hecho de
que la complementariedad de saberes en un grupo de trabajo y sus sesiones de
coordinación es portador de un sabor enriquecido estéticamente, que potencia el gusto por
construir conjuntamente itinerarios de acción.
Para
terminar quería destacar que las reflexiones sobre la estética en el trabajo social están relegadas
a un papel de actor secundario por la profesión; Alberto Carreras en un artículo sobre el tema la denomina la cenicienta estética (entiendo que
comparativamente con la ética), que aflora de su invisibilidad con esta
aportación, y de la que espero suscitar comentarios para el debate y reflexión.
[1]
Es un calificativo que recoge Luis Manuel Estalayo Martín en su
artículo ¿Qué sentido tiene el tiempo
en el trabajo social? de la revista
Trabajo Social Hoy, Nº 50.
Muy interesante. A reflexionarlo...
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