La práctica del trabajo social lleva inherente entre otros principios, la
autonomía y la solidaridad de los
profesionales en su actuación (ver art. 7 código deontológico).
Al igual que en todos los principios que determinan nuestro hacer profesional, en
los de solidaridad y autonomía no debemos olvidar los elementos de orden ético que
determinan lo procedimental en la acción profesional.
Nuestros/as usuarios/as se acercan a los centros de
servicios sociales con muchas carencias, no sólo económicas, sino también de
protección social (sobre todo en esta época de recortes que sufrimos). Se sienten engañados y este engaño se acrecienta cuando sienten la
falta de solidaridad de los poderes públicos y comprueban como su autonomía
personal queda diezmada con la inacción de legisladores y algunos profesionales
al no proporcionales el protagonismo necesario
en el proceso de ayuda
En la intervención lineal basada en el binomio necesidad
–recurso, la acción del profesional se circunscribe a “echar mano “de la
mermada cartera de recursos de la
administración pública y la benéfica de algunas entidades sin ánimo de lucro. Y si no hay
recursos, ¿se acaba la acción? Es evidente que se acaba, si a su vez hemos
descartado de la cartera de recursos, el más importante en la relación de
ayuda, que es el recurso de autonomía de nuestros usuarios.
Si la linealidad la trasformamos en circularidad, la
intervención se sustentará de la acción comunicativa protagonizada por el
usuario demandante y direccionada por el profesional desde los principios de
justicia social y promoción integral de las personas, reconociendo su autonomía y
capacidad para ser
protagonistas en el cambio de sus situaciones deficitarias y la resolución de sus necesidades ( véase art18,19 de código deontológico).
Pero esto nos obliga a salir del “área de confort”
como bien alude Benita Ferro Viñas en su artículo “La autonomía informativa en la
encrucijada ética: las verdades invisibles” (ver aquí).
Obliga a dejar la
inacción y la comodidad.
Obliga a escuchar atentamente el relato de “historia
de vida” de nuestros usuarios/as, sus valores, normas, voluntades, metas, aspiraciones, retos, limitaciones y potencialidades, respetar su
libre albedrío y la responsabilidad de sus acciones.
Obliga a
salir del confort que nos da el abrigo de recursos estandarizados,
protocolizados y burocratizados.
El área de confort conforta al profesional cómodo.
Salir de ella supone incomodidad cuando nos requiere conocer el entorno de los/as usuarios/as,
sus redes y las áreas de desconformidad que nos relatan en las
entrevistas de “despacho confortable”. Cada salida exige implicarse en el logro
de la sociedad inclusiva, sin estigmatizaciones y exclusiones. Esto es práctica
de justicia social, nada que ver con la desidia, comodidad que preside el “área
de confort”
Salir del área de confort supone además, practicar el principio de empatía: ¿estamos igual de confortables cuando somos nosotros/as los que acudimos a profesionales
de los que también necesitamos su intervención, y nos responden desde su área de confort, con
respuestas lineales surgidas de “encefalogramas planos”?
La práctica de la empatía, autonomía y solidaridad es
la antítesis del “área de confort” y cuestiona la acción profesional desde la atalaya de la comodidad. Cuestionémonoslo
Os dejo con Pedro Guerra y su "Debajo del Puente": una pequeña reflexión para salir del "area de confort"
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