sábado, 31 de diciembre de 2016
En estos días de abundantes felicitaciones he recibido una que me ha dejado
un poco descolocada. Yo que creía que ya había pasado la etapa de los
descubrimientos y desencantos de la Navidad vienen ahora y
me aclaran quien son los verdaderos Reyes Magos en forma de felicitación.
Para quienes trabajamos en servicios sociales no nos son ajenas
variopintas y peculiares nominaciones. Desde “asistenta” (la clásica)
hasta “la que tramita la dependencia” (la moderna) hemos ido acumulando
variedad de titulaciones…. Nuestros
servicios sociales no se quedan atrás. En estas fechas, algunos se empeñan en
hacer sus belenes con ellos, disfrazándolos de “angelitos y niños jesuses”,
rodeados de bancos de alimentos, “copiosas” cenas benéficas de navidad, campañas
de recogidas de juguetes, residencias para mayores solos y voluntarios que proliferan desde todas las
esquinas en busca del pobre para sentar
a su mesa y al sin techo al que dar mantas, calor, cobijo y
cena por un día.
Y entre todo este belén, aparece la felicitación navideña dejando claro que
los verdaderos Reyes Magos no son los
padres, que son los servicios sociales. Para una ilusión que me quedaba…. Ya les vale. Esto no lo
perdono (igual que no le perdonaron a “Carmena” el pasado año)
Y ahora como digo yo a quienes acudan al centro de acción social que los Reyes Magos no existen , que Melchor,
Gaspar y Baltasar, vienen disfrazados de servicios sociales portando sus
recortes, que no hay estrella que les guie, que no existen los
camellos de verdad, que los que portan
los regalos son unos estafadores que se adoran a sí mismos y tiran caramelos
“envenenados” a los niños, que los empachan un día de comida y los ponen
a dieta el resto del año, que a sus
padres les impiden regalarle sus derechos sociales, que el oro, incienso y
mirra de sus cofres son en realidad retales, migajas y falsas prebendas. Y que
el camino que lleva a Belén, es el camino del vaivén y el desdén.
Si los servicios sociales son los Reyes Magos que sus majestades
se lo hagan ver porque aquí alguien no está diciendo toda la verdad, los niños se van a confundir y desilusionar y a los adultos la situación les está desbordando.
sábado, 25 de junio de 2016
La práctica del trabajo social lleva inherente entre otros principios, la
autonomía y la solidaridad de los
profesionales en su actuación (ver art. 7 código deontológico).
Al igual que en todos los principios que determinan nuestro hacer profesional, en
los de solidaridad y autonomía no debemos olvidar los elementos de orden ético que
determinan lo procedimental en la acción profesional.
Nuestros/as usuarios/as se acercan a los centros de
servicios sociales con muchas carencias, no sólo económicas, sino también de
protección social (sobre todo en esta época de recortes que sufrimos). Se sienten engañados y este engaño se acrecienta cuando sienten la
falta de solidaridad de los poderes públicos y comprueban como su autonomía
personal queda diezmada con la inacción de legisladores y algunos profesionales
al no proporcionales el protagonismo necesario
en el proceso de ayuda
En la intervención lineal basada en el binomio necesidad
–recurso, la acción del profesional se circunscribe a “echar mano “de la
mermada cartera de recursos de la
administración pública y la benéfica de algunas entidades sin ánimo de lucro. Y si no hay
recursos, ¿se acaba la acción? Es evidente que se acaba, si a su vez hemos
descartado de la cartera de recursos, el más importante en la relación de
ayuda, que es el recurso de autonomía de nuestros usuarios.
Si la linealidad la trasformamos en circularidad, la
intervención se sustentará de la acción comunicativa protagonizada por el
usuario demandante y direccionada por el profesional desde los principios de
justicia social y promoción integral de las personas, reconociendo su autonomía y
capacidad para ser
protagonistas en el cambio de sus situaciones deficitarias y la resolución de sus necesidades ( véase art18,19 de código deontológico).
Pero esto nos obliga a salir del “área de confort”
como bien alude Benita Ferro Viñas en su artículo “La autonomía informativa en la
encrucijada ética: las verdades invisibles” (ver aquí).
Obliga a dejar la
inacción y la comodidad.
Obliga a escuchar atentamente el relato de “historia
de vida” de nuestros usuarios/as, sus valores, normas, voluntades, metas, aspiraciones, retos, limitaciones y potencialidades, respetar su
libre albedrío y la responsabilidad de sus acciones.
Obliga a
salir del confort que nos da el abrigo de recursos estandarizados,
protocolizados y burocratizados.
El área de confort conforta al profesional cómodo.
Salir de ella supone incomodidad cuando nos requiere conocer el entorno de los/as usuarios/as,
sus redes y las áreas de desconformidad que nos relatan en las
entrevistas de “despacho confortable”. Cada salida exige implicarse en el logro
de la sociedad inclusiva, sin estigmatizaciones y exclusiones. Esto es práctica
de justicia social, nada que ver con la desidia, comodidad que preside el “área
de confort”
Salir del área de confort supone además, practicar el principio de empatía: ¿estamos igual de confortables cuando somos nosotros/as los que acudimos a profesionales
de los que también necesitamos su intervención, y nos responden desde su área de confort, con
respuestas lineales surgidas de “encefalogramas planos”?
La práctica de la empatía, autonomía y solidaridad es
la antítesis del “área de confort” y cuestiona la acción profesional desde la atalaya de la comodidad. Cuestionémonoslo
Os dejo con Pedro Guerra y su "Debajo del Puente": una pequeña reflexión para salir del "area de confort"
lunes, 28 de marzo de 2016
De
nuevo acude a este rincón del Vademecum, Benita Ferro Viñas, con una entrada para la reflexión en torno a la autonomía personal de nuestros usuari@s y
las circunstancias y dilemas que nos surgen en el tratamiento de la información
que nos transmiten.
Con las verdades invisibles que reseña en su artículo, ocultando a veces realidades incómodas, los
silencios cómplices que pueden surgir en
el proceso de intervención y el compromiso ético en torno a las autonomías
decisorias de nuestros usuarios, Benita nos deja servido un importante debate.
Gracias Beni por tu
aportación y ayudarnos con ella a
"salir de la zona de confort" para cuestionar y cuestionarnos.
LA AUTONOMÍA INFORMATIVA EN LA ENCRUCIJADA ÉTICA:
LAS VERDADES INVISIBLES
La época primaveral es
el momento idóneo para depurar toxinas éticas y sugerir soportes visuales terapéuticos
y reflexivos en la gestión de la autonomía personal del usuario en el proceso
de intervención social.
El tratamiento de la autonomía informativa del usuario de
servicios sociales puede ser un hervidero de conflictos éticos en la práctica
del trabajo social. Incluso podemos llegar a ser cómplices los profesionales de
un
silencio que puede llegar a ocultar una verdad incómoda; y esto
no es un thriller, aunque presente matices de intriga y cierto suspense.
La autonomía informativa presupone al
usuario como agente activo y dinámico en
la intervención social; pero en la práctica del trabajo social nos surgen
conflictos éticos a los profesionales en relación con esta presunción. Uno de
los más cotidianos se presenta cuando intervenimos con personas discapacitadas
sociales, es decir, personas que no presentan patologías asociadas para ser reconocidos
como discapacitados y son perfectamente conscientes de la realidad, pero sí
carecen de algunas habilidades para autogestionar sus decisiones vitales. El dilema que se nos presenta surge con la siguiente pregunta:
“¿cuestionamos
nosotros su autonomía, o tomamos la
dirección contraria a nivel ético y metodológico y promovemos su capacidad de
decisión? La opción más compleja
para el profesional es la segunda y supone al mismo tiempo un reto ya que
implica salir de la zona de confort y descubrir las infinitas posibilidades de
la zona de aprendizaje en la intervención social; sirviendonos así de apoyo
reflexivo y terapéutico liberador de toxinas éticas preconcebidas, siendo además promotor
de cambio en los esquemas rígidos e inflexibles. Os propongo como soporte visual la película Patch Adams, "El médico de la
risa”, (1998)
Pero la toxicidad ética puede seguir
aumentando cuando recogemos y sintetizamos
la información confidencial del usuario, al entender que su autonomía
nos condiciona a la hora de resumir y contrastar la información que a él
le compete. En estos casos, puede dispararse el nivel de toxinas, si no
se contrasta adecuadamente la información por diversos motivos, o incluso
llegamos a ser cómplices de la denominada "Conspiración de silencio"”(2014),
título de la película que os sugiero
como escenario reflexivo para este debate.
Resulta evidente que las verdades invisibles pueden ocultar
realidades incómodas, pero es un compromiso ético y moral de los
profesionales del trabajo social reflexionar y visibilizar esta información
para conseguir consolidar prácticas que refuercen la autonomía decisoria del
usuario en relación con su información personal, desterrando enfoques más
tradicionales en los que la información tiene un valor meramente instrumental.
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