Son muchas las
personas y situaciones que pasan por la vida de cada uno dejándonos huella. Los profesionales que trabajamos en
servicios sociales conocemos muchas historias de desarraigo pero también tenemos
el gran privilegio de ver muchas de
superación.
En ningún momento dudé cuando conocí a
Antonio que a pesar de la decadencia
laboral y personal por la que estaba pasando, saldría adelante. Un día entró en
mi despacho, hundido, lleno de vergüenza y rodeado de todo un halo de impotencia. Había tenido que cerrar el obrador
que regentaba donde elaboraba comida rápida .La maldita crisis le dejó a él, a su
mujer y sus seis empleados en la ruina.Las lágrimas de sus ojos decían todo lo
que las
palabras no podían expresar:
-“No puedo ver el frigorífico vacío, ni a mis hijos acudiendo
al colegio sin libros y los recibos de
la comunidad, luz y agua acumulándose en mi mesa”. “Lo he tenido todo y ahora
no tengo nada”, logró decirme entre lágrimas.
No solo eran estos sus vacíos. El pozo
más hondo y seco era el de su autoestima. Había tocado fondo. No veían salida
ni él ni su mujer.
En la urgencia de la nada la justicia
social obliga a poner en marcha la
maquinaria de los recursos públicos de
forma inmediata. Era necesario acompañar
la rabia y la impotencia de Antonio y su mujer con escucha, empatía y comprensión.
Fueron muchos los momentos de flaqueza, muchos túneles sin salida los que
veían, pero en medio de todo ello siempre estaba presente su deseo de salir adelante
y aunque la toalla estaba desgastada nunca pensaron en tirarla.
Todos los días hacían su jornada de trabajo, buscando
trabajo. Sus currículos eran conocidos en todas las ETTs, pero aún era más
conocida su perseverancia y tenacidad. Así consiguieron ser contratados en
trabajos que nunca antes habían realizado: jardinería, comercial, él y cajera,
reponedora en supermercados, ella. Poco a poco su frigorífico se fue llenando,
los radiadores de la vivienda abriendo y los recibos impagados desapareciendo de
la lista de pendientes.
Si se puede, me dijo Antonio, cuando después
de duros meses de lucha llegó de nuevo
por mi despacho, lleno de esperanza y optimismo. He conseguido un trabajo fijo
en el obrador de una panificadora. Soy
feliz porque tengo trabajo, porque me lo
reconocen y me dignifica y porque además de llenar mi frigorífico, he llenado de
ilusión mi vida.
Dígales a todos los que pasan por aquí,
que si se puede salir del pozo al que nos lleva el fracaso y que los servicios públicos son imprescindibles
para iniciar el camino de retorno pero que
sin la escucha y la empatía de los profesionales las ayudas no son suficientes. Su relato era fluido y
emocionado. Había recobrado la tranquilidad para él y su familia. Se sentía
feliz y agradecido y compensaba lo recibido
colaborando con el banco de alimentos al que llevaba todas las semanas,
empanadas o postres sobrantes de los
pedidos para hacérselo llegar a otras familias que necesitaran apoyo como lo
necesitó la suya.
Al despedirse se me acerca y se funde
en un emocionado abrazo pidiéndome un último favor: -“¿Puedo traerle una tarta
de las que yo hago, aunque no la necesite?
- Claro que puede,
le dije.
Si se puede me dije a mi misma también.
PD: El título
de esta entrada no tiene más reminiscencia que la de la justicia social.
Cualquier comparación con esta finalidad no será pura coincidencia.
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