viernes, 22 de noviembre de 2019


Son muchas las personas y situaciones que pasan por la vida de cada uno dejándonos  huella. Los profesionales que trabajamos en servicios sociales conocemos muchas historias de desarraigo pero también tenemos el gran privilegio de ver muchas  de superación.
         En ningún momento dudé cuando conocí a Antonio que a pesar de la  decadencia laboral y personal por la que estaba pasando, saldría adelante. Un día entró en mi despacho, hundido, lleno de vergüenza y rodeado de todo un halo de  impotencia. Había tenido que cerrar el obrador que regentaba donde elaboraba comida rápida .La maldita crisis le dejó a él, a su mujer y sus seis empleados en la ruina.Las lágrimas de sus ojos decían todo lo que  las  palabras no podían expresar:
-“No puedo  ver el frigorífico vacío, ni a mis hijos acudiendo  al colegio sin libros y los recibos de la comunidad, luz y agua acumulándose en mi mesa”. “Lo he tenido todo y ahora no tengo nada”, logró decirme entre lágrimas.
         No solo eran estos sus vacíos. El pozo más hondo y seco era el de su autoestima. Había tocado fondo. No veían salida ni él ni su mujer.
         En la urgencia de la nada la justicia social obliga a poner en marcha  la maquinaria de los recursos públicos  de forma inmediata. Era  necesario acompañar la rabia y la impotencia de Antonio y su mujer con escucha, empatía y comprensión. Fueron muchos los momentos de flaqueza, muchos túneles sin salida los que veían, pero en medio de todo ello siempre estaba presente su deseo de salir adelante y aunque la toalla estaba desgastada nunca pensaron en tirarla.
         Todos los días  hacían su jornada de trabajo, buscando trabajo. Sus currículos eran conocidos en todas las ETTs, pero aún era más conocida su perseverancia y tenacidad. Así consiguieron ser contratados en trabajos que nunca antes habían realizado: jardinería, comercial, él y cajera, reponedora en supermercados, ella. Poco a poco su frigorífico se fue llenando, los radiadores de la vivienda abriendo y los recibos impagados desapareciendo de la lista de pendientes.
         Si se puede, me dijo Antonio, cuando después de duros meses de lucha  llegó de nuevo por mi despacho, lleno de esperanza y optimismo. He conseguido un trabajo fijo en el  obrador de una panificadora. Soy feliz porque tengo trabajo, porque me  lo reconocen y me dignifica y porque además de llenar mi frigorífico, he llenado de ilusión mi vida.
         Dígales a todos los que pasan por aquí, que si se puede salir del pozo al que nos lleva el fracaso y  que los servicios públicos son imprescindibles para iniciar el camino de retorno pero que  sin la escucha y la empatía de los profesionales las ayudas no  son suficientes. Su relato era fluido y emocionado. Había recobrado la tranquilidad para él y su familia. Se sentía feliz y agradecido y compensaba  lo recibido colaborando con el banco de alimentos al que llevaba todas las semanas, empanadas o postres sobrantes  de los pedidos para hacérselo llegar a otras familias que necesitaran apoyo como lo necesitó la suya.
         Al despedirse se me acerca y se funde en un emocionado abrazo pidiéndome un último favor: -“¿Puedo traerle una tarta de las que yo hago, aunque no la necesite?
- Claro que puede, le dije.
 Si se puede me dije a mi misma también.

PD: El título de esta entrada no tiene más reminiscencia que la de la justicia social. Cualquier comparación con esta finalidad no será pura coincidencia.

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MAREA NARANJA

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