No hay día en el que las consecuencias y derivas de
la crisis no pasen por los despachos de los servicios sociales y que de tanto
mostrarse no estén, por desgracia, empezando a normalizarse. En su ya largo recorrido ha ido sucumbiendo a
la continua paradoja en su gestión. La primera y más grave, surge cuando como reacción a la cada vez mayor demanda
de recursos y prestaciones sociales, se aumentan los recortes en la cartera
de los servicios públicos básicos
necesarios.
Se comienza con la teoría del ahorro y el mantra de la austeridad gestionando
iniciativas como que:
-Para afrontar la
crisis, es necesario realizar ajustes. Con esta premisa,
se restringen presupuestos,
eliminan programas sociales y reduce personal no necesario. Esta norma
justifica las consiguientes acciones y
nuevas paradojas.
-Sin recursos públicos
suficientes y con el aumento de las necesidades, es necesario fomentar el apoyo a la
iniciativa privada. Es así como los menguados presupuestos públicos
paradójicamente se engrandecen para
subvencionar los privados.
Mientras, los dirigentes que se han presentado como garantes de la
falsa salida de la crisis, convierten en estructural todo tipo de ayudas que
inicialmente se concibieron como coyunturales y que se han convertido en una
losa difícil de sobrellevar. De las cíclicas prestaciones de desempleo iniciales, se ha pasado a sus demandas
permanentes y los repartos de alimentos que en su día eran puntuales y
periódicos, se han convertido en un programa protocolorizado, con registro
exhaustivo de sus usuarios por exigencias de una comunidad europea que obligó a
la austeridad y los recortes y ahora (nueva paradoja) apoya con presupuesto
para alimentos. Primero provocamos el
hambre y la necesidad y ahora te doy de
comer….
Todo este proceso lleva a una
individualización de la necesidad, según la cual los riesgos y
oportunidades de los individuos han de ser valoradas e interpretadas en
beneficio de una estadística y control al estilo más retrógrado y benéfico,
pasando de
defender soluciones colectivas de las necesidades sociales a la preferencia por
que se satisfagan demandas de “seudobienestar
individual”. Aparecen de
esta manera, los nuevos riesgos sociales que sustituyen la acción
inclusiva por la redistributiva.
De esta forma el estado de
bienestar no podrá ser sostenido en las
bases de universalidad e igualdad que lo sustentan y seguirán acumulándose bolsas de vergüenza y deshumanización.
Esto ya no es paradoja, esto se ha convertido en una burla.
Primero provocamos el hambre y la necesidad y ahora te doy de comer... qué forma tan clara y directa de explicarlo, con esa frase se dice todo. Me parece dramático.
ResponderEliminarGracias por hacerlo ver una vez más, Begoña, compañera.
Un abrazo!!
Así es Eladio. Lo peor de lo que está ocurriendo es comprobar como pretenden normalizar las desigualdades incorporando a lo profesionales del trabajo social en sus injustas prácticas valorativas. Vivimos una etapa profesional llena de desafios y retos. Creo que toca no permanecer impasibles ante estas rancias políticas sociales que están imponiendo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario y tu apoyo.