jueves, 7 de diciembre de 2017


      “Yo también voy a cenar marisco”. Esto fue lo que decidió  la protagonista de este relato días antes de navidad. Habitualmente ella come poco y mal. A veces,  porque no tiene comida suficiente y otras porque teniéndola, la falta de dientes y los tornillos que sustentan sus mandíbulas, se lo impiden. Su estómago se desenvuelve así  en una  continua contradicción de deseos de comer  y nauseas por hacerlo. Llevaba más de un mes oyendo la música repetitiva de la llegada de la navidad con los anuncios y promociones de la gran cena y pensó “por qué  no voy yo a cenar marisco con lo que me gusta”. Programó hacerse su propia sopa de pescado. Tenía todos los ingredientes (cazuela, sopa, agua y fuego para hacerla) pero le faltaba el marisco. Así que ni corta ni perezosa, como cada noche se dirigió a los contenedores del supermercado de su barrio en busca de los codiciados ingredientes. Abre uno de ellos, mira en su interior y ve los deseados enseres culinarios: arriba  las gambas, en esa esquina las almejas y en el fondo el congrio. Sin dudarlo los recoge y los introduce  en su particular bolsa de compra.
         Ya en  casa  y con todo el pescado delante, son tantas las ganas que tiene de saborearlo, que cuando lo deposita en la cazuela para cocerlo, no se percata del desagradable olor ni del mal estado en el que se encuentra. Solo piensa en su sabor y  como  va a disfrutar  sin tener que masticar en esta ocasión. Y más hoy que  el estómago le está  pidiendo fiesta de la buena con música de plácida digestión.
         No ha pasado ni media hora desde que degustó su particular cena y los fuertes dolores por todo el cuerpo empiezan a hacer acto de presencia. Siente como su corazón se le altera, la cabeza  le martillea, en su boca solo hay sabores  metálicos  y  los vómitos y náuseas son continuos. Ve como las luces de su fiesta se apagan y se encienden las de la ambulancia que la recoge y traslada  a urgencias médicas.
         “Me intoxiqué toda. Tuvieron que lavarme el estómago, ponerme a andar el corazón normal, sacarme sangre, meterme suero e hidratarme. Me vi muerta”. Así detallaba una semana después, la odisea de su deseada cena. Se sentía culpable porque le tuvieron que llevar al hospital y le regañaran por tomar alimentos en mal estado y continuamente se justificaba  al no  haberlos podido comprar.
         Es evidente que la navidad que nos vende esa sociedad consumista no es igual para todos y aunque coincidan los deseos de poder disfrutar de “los manjares navideños”, algunos deleitan marisco exclusivo y otros los restos que han quedado de “los exclusivos”. Y las malas digestiones a unos se le provocan por la  sobredosis de su abundante dosis de comida mientras otros las sufren  por la ingesta de productos  en mal estado.
         Tienen que producirse muchos cambios en la  sociedad para que la comida no sea aún causa de desnutrición, intoxicación o sobredosis y la justicia distributiva de alimentos deje de ser una utopía para muchas personas.

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MAREA NARANJA

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