viernes, 6 de diciembre de 2024

DE LA QUEJA A LA ACCIÓN: EL RETO DE LOS SERVICIOS SOCIALES


 

Tomo como punto de partida la reciente entrada de Inmaculada Asensio en su blog, en la que reflexiona sobre   las quejas entre profesionales particularmente en el ámbito de los servicios sociales. Su lectura me recordó momentos de queja que compartí con colegas de la profesión de trabajo social y como han ido evolucionando. 

          Siempre ha habido quejas en nuestra profesión, pero quizás estemos atravesando uno de los periodos con mayor descontento y desencanto. Gran parte de las quejas actuales giran en torno al papel de gestores que la burocracia de los servicios sociales nos ha asignado.

Las administraciones, al incorporar los nuevos algoritmos en sus procesos, han redefinido un nuevo rol a los servicios sociales utilizando nuestras siglas profesionales, representándonos como dispensadores automáticos de recursos económicos: bonos sociales, tarjetas monederas, alimentos…Nos han convertido en una especie de robots al servicio de un asistencialismo renovado, pero igualmente limitante.

          Nos quejamos de la sobrecarga laboral y de cómo nuestra práctica profesional se ha transformado en un cajón de sastre para las demandas de los usuarios. El asistencialismo profundamente arraigado en el sistema de servicios sociales, ha llevado a los usuarios a identificarnos exclusivamente como gestores de recursos. Buscan soluciones inmediatas y coyunturales, pero cuando estas pierden su efectividad y se dan cuenta que han sido convertidos en consumidores dependientes de “recursos trampa”, regresan con nuevas quejas, reclamaciones y descontentos. Así perpetuamos la rueda del asistencialismo por la que transitamos.

          También nos quejamos de tener que certificar la pobreza, lo que evoca las antiguas cartillas de beneficencia donde se registraban a los “pobres solemnes”. Nos abruma el protagonismo de los informes estandarizados, que a menudo están llenos de sesgos y carecen de las cualificaciones necesarias para un diagnóstico social completo y ético.

           Se nos ha dejado en exclusiva la medición de la vulnerabilidad y ya no queda ámbito que escape a nuestro oficio, incluyendo conventos de clausura, donde también hemos tenido que intervenir para cuantificar esa realidad.

       

¿Cómo estamos respondiendo los profesionales ante estas situaciones?

En muchos casos, lo hacemos refugiándonos en el quejómetro , ese lugar donde la disconformidad, la protesta y la queja se acumulan . Aunque este desahogo pueda parecer terapéutico, suele ser estéril y nos adentra en un círculo de lamentos sin acciones.

          Sarah Banks diferencia entre profesionales defensivos y reflexivos. Los primeros, según ella, actúan siguiendo las reglas y cumpliendo las responsabilidades definidas por las instituciones. Son “funcionarios” o “técnicos” que priorizan satisfacer las obligaciones institucionales antes que actuar con principios y objetivos deontológicos.

          Por lo contrario, los profesionales reflexivos reconocen los dilemas éticos y los conflictos inherentes a su práctica, reflexionan sobre ellos y buscan integrar valores, conocimientos y capacidades. Aprenden de su experiencia, toman riesgos y asumen responsabilidades morales.

          Banks advierte: “Si el T.S acepta y sigue incondicionalmente el modelo burocrático se puede transformar en un profesional defensivo, que sigue irreflexivamente las reglas institucionales”.

          Desde esta perspectiva, cabe preguntarnos:

          ¿Qué estoy haciendo como profesional frente a esta deriva de los servicios sociales?

¿Soy defensiv@ ó reflexiv@?.

Si analizamos la esencia y ADN de nuestra profesión, centrada en la relación de ayuda y el acompañamiento de la persona en sus procesos vitales, con la promoción y protección de la convivencia como objetivo principal, es evidente que debemos salir del área de confort .

Nuestra tarea no puede limitarse a gestionar recursos estandarizados, protocalarizados y burocratizados. Quedarse en esa comodidad nos convierte en profesionales conformistas. Salir del espacio de confort exige valentía e incomodidad y sobre todo compromiso con una práctica ética y  reflexiva orientada a la justicia social.

Reivindicar nuestra identidad profesional implica integrar parámetros transformadores que cuestionen nuestro papel en un sistema que perpetúa estructuras injustas. Solo así podremos superar la inacción y contribuir al cambio real, desde un diagnóstico ético y justo, hasta una práctica profesional comprometida con la transformación social.