Suena el teléfono en
la oficina de los servicios sociales.
“Servicios sociales, dígame?”.
Al otro lado se oye una voz lejana, torpe y
nerviosa. “Quiero hablar con la trabajadora social. Necesito que me informe
sobre una carta que me ha llegado”. ¿Cuándo
puedo ir a verla?
Se le emplaza para el siguiente día a
las 10 de la mañana. Son las 9,30 y aparece Antonio con la suficiente antelación
“para no tener que esperar y por si hubiera mucha gente como otras veces. Así
entro el primero”, dice.
Se sienta ante la trabajadora social y
saca de su carpeta de documentos importantes la carta recibida, impoluta, sin un atisbo de arruga, cerrada
minuciosamente después de haber visto la importante firma de su remitente. Se
la entrega con un tímido temblor, ávido
de información e inquieto ante su contenido.
“La he leído y no he entendido bien lo
que me dicen. Es la señora ministra que me habla de mi pensión y no sé en
cuanto me va a quedar”.
Cuando se le informa de la subida en un
0,25% y como su incremento se traduce en 1,75 euros más de su mensualidad, la
irritación y el nerviosismo comienzan a hacer acto de presencia en su rostro. El
tímido temblor inicial se acrecienta al releerla y repetir los párrafos de
gratitud y reconocimiento a su
comprensión que le realiza la ministra. La rabia se acrecienta
cuando como colofón a la “alegre noticia” lo despide con sus mejores
deseos para el 2018.
Con el coraje que su impotencia le
produce, pregunta a la trabajadora social“: ¿Me puede ayudar a redactar una
carta de respuesta?: “Quiero mantener informada a la ministra como voy a gestionar esta subida y cual va ser mi plan de inversión para el este año”
La profesional se erige en portavoz de sus
sentimientos, rabias, irritaciones y coherencias de su lúcida y avanzada edad (a
Antonio lo que menos le preocupa en esos
momentos si soy portavoz ó portavoza y a
la que suscribe menos).
Con voz firme y
segura, empieza a dictar su misiva.
“Señora ministra,
he recibido su indignante carta informándome de la degradante subida de mi
pensión. He sopesado si devolvérsela, recusando su contenido ó responder informándole
de mi plan de inversión para este año. Me decanto por esta última opción en un
ejercicio de terapia que hoy sustituyo por la que realizo diariamente en el
centro de día haciendo mandalas.
Con los casi 25 euros a mayores
que voy a percibir al año, he decidido que no les voy a dar propina a
mis nietos, ni ayudar a mis hijos que están disfrutando del desempleo de su plan de empleo. No pienso
hacer ningún plan de ahorro para pagar lo que no puedo. Le diré a mi médico que
se olvide de graduarme de nuevo la vista,
cambiar la prótesis dental y el audífono. Seguiré comiendo no lo dude,
pero ahora más purés, compraré una lupa
para leer lo que no me haga daño y
deleitarme con los escritos que defienden la dignidad y justicia que ustedes
están menoscabando. Tampoco voy a viajar
a ningún balneario y a esas excursiones de su inmerso que me van a ofertar en
los próximos días en otra de sus cartitas, ni me apuntaré a ningún programa de
huertos comunitarios para plantar los tomates que me pide el cuerpo enviarle
educadamente vía aérea.
Envejeceré de forma activa pero no a
costa de sus insensibles deseos. Mientras el cuerpo me aguante seguiré
disfrutando de la naturaleza, de las buenas compañías y de lo bueno que todavía
queda en esta sociedad.
Mantendré mi mente despierta para
prevenirme de las falsas promesas y los
buenos propósitos de ustedes. No quiero que nadie me tutele con mentiras y si
algún día la cabeza me falla, deseo
ser yo con mis chifladuras el único
responsable de mis desórdenes mentales.
Esperando que al recibo de esta misiva
se encuentre usted planificando su marcha del ministerio (sin acritud se lo
digo) en dirección a la romería del Rocío,
se despide atentamente”,
Antonio