domingo, 20 de septiembre de 2020


 

En esta nueva normalidad que estamos viviendo muchas cosas han dejado de ser normales. Y ya no podemos verla con los parámetros que estábamos acostumbrados a hacerlo.

         Ha sido únicamente un bicho  el que ha cambiado el rumbo de nuestras vidas y aunque pretendamos buscar culpables en políticos y sus políticas,  laboratorios y sus fugas ó  murciélagos indefensos, solamente el COVID y sus circunstancias, han sido capaces de cambiarnos la vida y poner las normas en  todo el planeta haciendo  que sus habitantes ensayemos un nuevo concierto a su ritmo.

         Este concierto se desarrolla con una espectacular puesta en escena saliendo todos con un único instrumento para tocar: la mascarilla. Ensayos para su uso no han sido necesarios. Incentivos para hacerlo, muchos. Por esto cuando  toca salir a escena, vemos como el instrumento en cuestión  se toca desde la cabeza, la barbilla, el codo, por debajo de la nariz, por encima, colgado en la oreja e incluso a modo bleutooth dejándola en casa, en el coche ó en el bolso. De esta tesitura visualizamos los diferentes conciertos por nuestras calles. Unos con ganas y otros haciendo lo que les da la gana.

         Empecemos por los que le han puesto excesivo empeño, sobredimensionando su puesta en escena con uso de doble mascarilla, gafas de sol aunque no luzca, guantes sin tocar nada, buscando siempre el fondo del escenario para cantar poco aunque den el cante con semejante atrezo.  Es así como el bicho acrecienta  , fobias, neuras e hipocondrías que cada uno tenemos pero en estas situaciones  se duplican.

         Por otro lado aparecen los autodidactas que no necesitan director ni nadie que se le parezca porque ellos saben interpretar como nadie al bicho. No reconocen la partitura, salen a escena sin instrumento, bajan al  patio de butacas,  se mezclan con  el público dando besos y abrazos, brindan su actuación creyéndose los que mejor lo hacen buscando aplausos que si no reciben,  ellos mismos se los dan.

         Otros más comedidos tratan de disimular saliendo con la mascarilla dispuestos a seguir al director, pero la desidia les puede y pronto cambian de posición y función (mascarilla-babero, mascarilla-boina, mascarilla-pendiente…) dando así más que el do adecuado, el do a pecho descubierto.

         Solo cuando aparecen en escena los que hacen de la mascarilla la nueva normalidad, el concierto se acompasa y se reconocen con nitidez el ritmo de sus melodías.

         Con todo esta variedad de artistas en la escena, desde el patio de butacas hay que hacer un gran ejercicio de reconocimiento No es fácil  distinguir a quien siempre saludábamos y con quien nos deteníamos a conversar sin dificultad. Ahora parece que todos somos sospechosos de ir a atracar un banco y si se nos acerca alguien con la mascarilla retirada, nos separamos de inmediato.  !Qué gran paradoja de relación!.

          Llegados a este momento de visualización  de esta   nueva normalidad cabe cuestionarnos  qué es lo nuevo y qué es lo normal. Porque habiendo cambiado de fisionomía por el uso de la mascarilla, encontramos a menudo que debajo de ella, siguen estando las mismas manías y se simulan los rictus de egoísmo e insolidaridades. No hay nada nuevo en estas personas, a pesar de aquello que se decía de que este bicho nos iba a hacer mejores. En estos casos, más bien  ha ayudado a tapar vergüenzas no reconocidas. Nada nuevo.

          Y para los que lo nuevo no existe, su normalidad no la cambia nadie y la mascarilla es el nuevo accesorio que sienta mal y les molesta por  eso la ridiculizan, retan y se enfrentan a quien les ordena que se la pongan, reivindican sus derechos a consta de la falta de respeto a los derechos de los demás. Y bicho que encuentran, bicho que te presentan sin tapujos.

         Lo nuevo y lo normal debería ser reconocer al recién llegado y no tratarlo de tú si no hay confianza, digo yo. Y cuando se llega al concierto, ver desde el patio de butacas como sus intérpretes  con los instrumentos afinados hacen la puesta en escena de forma ordenada sin hacer el ridículo   respetando la partitura y a su director.

         En esta nueva normalidad nos toca a todos  ensayar  más el  concierto para poder acompasar mejor  la melodía. De lo contrario esta música nos perseguirá con sus sonidos estridentes.

        

 

sábado, 13 de junio de 2020


        Hemos entrado en una nueva fase de relación con el Covid19. Tras el confinamiento, las esencialidades y excepcionalidades, han llegado desconfinamientos, desescaladas y ahora la Nueva Normalidad.
         Esta Nueva Normalidad nos dicen que es el camino de retorno a la antigua de nuestra vida cotidiana pero ahora condicionada a la necesidad de nuevos hábitos y  comportamientos sociales y laborales.   El distanciamiento social,  las medidas de seguridad, protección e higiene serán el marco de nuestras actuaciones. 
         La mayoría de los  profesionales de los  servicios sociales desde el primer momento del confinamiento, hemos estado  realizando  trabajo no presencial, atendiendo a través del hilo telefónico. Han sido  tres meses recibiendo y haciendo llamadas a  nuestros usuarios, valorando sus necesidades, intuyendo lo que albergaban sus silencios y   escuchando los relatos de sus confinamientos con la  nueva modalidad de trabajo bajo el código ERTE, que les  deja  patente su incierto futuro.
         En todo este proceso del camino hacia la Nueva Normalidad a todos nos importa el qué y para qué  pero adquiere gran significado el cómo. Veamos. Pongámonos en la piel de usuario que se acerca al a los servicios sociales, con la obligada mascarilla,  entre alfombras de desinfección y secado, flechas de señalamiento de ida y vuelta ,recibido por una  persona que le toma la  temperatura , le ofrece el gel de desinfección y lo conduce al despacho del profesional que los recibe tras una nueva pantalla, con categoría de mampara , y tras esta visualiza a su trabajador/a  social también con mascarilla dispuesto a explorar las escaladas y desescaladas de su Nueva Normalidad. Y en  las visitas domiciliarias, presentándonos enfundados en batas, mascarillas y guantes, algunos usuarios desconfiados y susceptibles quizás se muestren  más escépticos e inseguros. Otros se acostumbrarán a nuestro nuevo traje y pronto lo verán normal.
         Hay que reconocer que  no es esta Nueva Normalidad, la más idónea para valorar dependencias, exclusiones y vulnerabilidades y que los limites en la relación profesional  se convierten en  obstáculos y símbolo de “anormalidad”, más que de normalidad.
                  Y para ejemplo el del mi primera atención  en la  esta nueva Normalidad. Una mujer  me habla tras su mascarilla, de su depresión, del maltrato psicológico recibido por parte de su ex pareja, de su no denuncia por miedo, del dolor de la mentira, de su presente  en soledad, sin medios económicos, de su  tratamiento psicológico y de su incierto futuro. Pregunta por el trámite de la prestación solicitada. Cuando le comunico la concesión de la misma, veo en una  cara que no conocía hasta ese día, como después de tanta angustia, sus lágrimas empapan la mascarilla que le sirve de dique de contención y la  hace inservible en un momento. “Qué protección tan innecesaria para esta situación “, me digo. Este virus no sabe de sentimientos… La  invito  a que aparte la mascarilla para dejar fluir sus lágrimas sin obstáculos. Cuando lo hace, por primera vez veo por completo una cara que había imaginado distinta en conversaciones telefónicas mantenidas durante el confinamiento. Retirarla  le proporcionó una mayor dosis  de dignidad y libertad y quitar la mía ayudó a hacer  más humana la atención profesional.
         Esta Nueva Normalidad estoy segura que nos obligará en muchas ocasiones como esta a prescindir de las  imprescindibles mascarillas  para ejercer la verdadera normalidad del trabajo social.
sábado, 11 de abril de 2020

          En medio de la normalidad que creímos que estábamos viviendo, aparece un anormal virus que se asienta en nuestras vidas. Se presenta sin aviso ni cita previa y todo lo que creíamos ya  organizado, ajustado y estructurado, sin más arma que su propio material genético, lo desorganiza, desajusta y desestructura. No ha necesitado ejércitos, tanques, bombas ni dinero. Solo diseminándose en  las células  humanas se ha hecho poderoso iniciando una guerra invisible pero despiadadamente evidente.  
         Paradójicamente se muestra de forma engañosa tras los principios universales reconocidos como derechos  básicos  inherentes a todos los seres humanos. Se erige demócrata en la elección de sus enemigos. No excluye a nadie. Todos los humanos le son útiles para su guerra. No discrimina. Acepta a todos, sin distinción de raza, nacionalidad, sexo, condición religiosa, lengua ó clase social. Es solidario, aplicando su justicia distributiva para todos por igual y para más inri se manifiesta coherente e integrador.
         Sin embargo delata su irrespetuosa crueldad sin pedir consentimiento para su intervención, coartando la libertad y autonomía, dejando a su paso dependencias y sometimientos a su ley de contagio. Ha roto la estructura social, obligando a rearmar los pilares del estado de bienestar  confinándonos a todos  en nuestras  casas.
         Ha sido preciso poner en primera línea de trabajo y atención  contra esta pandemia además de los imprescindibles servicios sanitarios a los servicios sociales, obligando a estos a transformar su praxis, pasando de lo presencial a la distancia, de la escucha activa de la entrevista  a la telefónica personalizada. La presencia pasa el testigo a la ausencia y a  la atención en la  distancia.
         Es evidente el cambio de paradigma en la intervención de los servicios sociales. Ahora la tecnología es imprescindible haciendo un giro hacia formas alternativas en la dinámica de  la acción social con nuevos instrumentos en nuestro vademécum social.
         Se hace necesario ahora más que nunca eliminar la burocracia, simplificar protocolos y procedimientos, valorar demandas desde la distancia y el confinamiento, asignar  recursos de manera equitativa sin  que nos  recuerden épocas de beneficencia obsoletas, priorizar prestaciones económicas ya vigentes ó implementando trasferencias económicas  urgentes que no supongan estigmatizaciones innecesarias.
         No se necesita hacer reconceptualizaciones porque este  virus no ha contagiado la esencia del trabajo social pero si ha cambiado su praxis. Ha sido necesario innovar su práctica y flexibilizar la rigidez de la burocracia.
         Sin las nuevas tecnologías y usos de redes sociales, el sistema de ayuda que desde los servicios sociales es esencial hacer, actualmente sería mucho más dificultoso. A través de ellas el trabajo social hace visible lo invisible, se aproxima a la lejanía, escucha, visibiliza emociones, permite a los silencios  hablar y a los confinamientos psicológicos no callar. 
         Es imprescindible por ello el uso de una tecnología humanizada, que se acerque al aislamiento de las personas vulnerables, proteja, evite exclusiones, mayores aislamientos que los obligados y fortalezca las redes de apoyo.  En definitiva que ponga  en marcha como servicio esencial que somos la fábrica de la responsabilidad ética a través de la maquinaria de la humanización activando acciones coordinadas con criterios éticos de urgente utilidad y eficacia.

PD: Quiero añadir a esta reflexión personal el documento de referencia de la Comisión deontológica del Consejo General de Trabajo Social, que considero básico en nuestro vademécum social actual. Etica y Deontologia del Trabajo Social ante el estado de alarma sanitaria COVID-19

MAREA NARANJA

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