sábado, 25 de junio de 2016






La práctica del trabajo social lleva inherente entre otros principios, la autonomía y la solidaridad de  los profesionales en su actuación (ver art. 7 código deontológico).
Al igual que en todos los principios  que determinan nuestro hacer profesional, en los de solidaridad y autonomía no debemos olvidar los elementos de orden ético que determinan lo procedimental en la acción profesional.
Nuestros/as usuarios/as se acercan a los centros de servicios sociales con muchas carencias, no sólo económicas, sino también de protección social (sobre todo en esta época de recortes que  sufrimos). Se sienten engañados  y este engaño se acrecienta cuando sienten la falta de solidaridad de los poderes públicos y comprueban como su autonomía personal queda diezmada con la inacción de legisladores y algunos profesionales al no proporcionales el protagonismo necesario  en el proceso de ayuda
En la intervención lineal basada en el binomio necesidad –recurso, la acción del profesional se circunscribe a “echar mano “de la mermada cartera de recursos  de la administración pública y la benéfica de algunas entidades sin ánimo de lucro. Y si no hay recursos, ¿se acaba la acción? Es evidente que se acaba, si a su vez hemos descartado de la cartera de recursos, el más importante en la relación de ayuda, que es el recurso de autonomía de nuestros usuarios.
Si la linealidad la trasformamos en circularidad, la intervención se sustentará de la acción comunicativa protagonizada por el usuario demandante y direccionada por el profesional desde los principios de justicia social y promoción integral de las personas, reconociendo su autonomía y capacidad  para ser protagonistas en el cambio de sus situaciones deficitarias y  la resolución de sus necesidades ( véase art18,19 de código deontológico).
Pero esto nos obliga a salir del “área de confort” como bien alude Benita Ferro Viñas en su artículo “La autonomía informativa en la encrucijada ética: las verdades invisibles” (ver aquí)
Obliga a dejar la inacción y la comodidad.
Obliga a escuchar atentamente el relato de “historia de vida” de nuestros usuarios/as, sus valores, normas, voluntades, metas,  aspiraciones, retos,  limitaciones y potencialidades, respetar su libre albedrío y la responsabilidad de sus acciones.
Obliga  a salir del confort que nos da el abrigo de recursos estandarizados, protocolizados y burocratizados.
El área de confort conforta al profesional cómodo. Salir de ella supone incomodidad cuando nos requiere  conocer el entorno de los/as usuarios/as, sus  redes y las  áreas de desconformidad que nos relatan en las entrevistas de “despacho confortable”. Cada salida exige implicarse en el logro de la sociedad inclusiva, sin estigmatizaciones y exclusiones. Esto es práctica de justicia social, nada que ver con la desidia, comodidad que preside el “área de confort”
Salir del área de confort supone además,  practicar el principio de empatía: ¿estamos  igual de confortables cuando somos  nosotros/as los que acudimos a profesionales de los que también necesitamos su intervención,  y nos responden desde su área de confort, con respuestas lineales surgidas  de  “encefalogramas planos”?
La práctica de la empatía, autonomía y solidaridad es la antítesis del “área de confort” y  cuestiona la acción profesional   desde la atalaya de la comodidad.  Cuestionémonoslo 


Os dejo con Pedro Guerra  y su "Debajo del Puente": una pequeña reflexión   para salir del "area de confort"


MAREA NARANJA

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